Los seres vivos se reproducen y multiplican gratuitamente. La Ley de la Vida se opone a la Ley del Lucro. La Vida existe gracias a la singularidad de cada organismo. La industria, en cambio, se impone con la uniformidad de su mercancía.
Para el capitalismo industrial, la vida es doblemente sacrílega.
Desde hace dos siglos, poner fin a este doble sacrilegio ha sido la tarea histórica que el capitalismo industrial ha asignado a los seleccionadores y a las ciencias agrarias. Hoy, esta meta ha sido prácticamente alcanzada. El patentado de los seres vivos corona dos siglos de esfuerzos para acabar con la práctica funda de la agricultura: sembrar la semilla cosechada. Se trata de separar la producción de la reproducción, de transformar la reproducción en un privilegio del cartel de las “ciencias de la vida”. Los fabricantes de pesticidas, herbicidas, insecticidas, larvicidas, ovocidas, gametocidas, bactericidas, rodenticidas, molusquicidas, acaricidas, nematocidas, fungicidas. En cuanto a la uniformidad, esos grandes campos industriales, perfectamente verdes y estriados por las cicatrices de las ruedas de los tractores, en que las plantas se ordenan de manera perfecta y milimétrica, nos muestran que el objetivo ha sido alcanzado.
La historia de la selección industrial es simple si se elimina la cortina de humo genética. Consiste en reemplazar una variedad – la capacidad de ser variada, el contrario a la uniformidad – por copias de una planta seleccionada en el seno de dicha variedad, por clones. Aunque las plantas conservan sus características individuales (como por ejemplo las plantas autógamas como el trigo, la cebada, o la soja), el seleccionador no solo consigue acabar con el sacrilegio de la diversidad, si no que al mismo tiempo impide que se reproduzcan libremente. Este es el milagro que ha logrado el maíz “híbrido”, la vaca sagrada de las ciencias agrarias del sigo XX.
En 1836, John Le Couteur, un agricultor inglés, codificó la técnica de aislamiento, que se practicaba de manera empírica desde comienzos del siglo XIX. Dado que cultivamos variedades (la característica de lo que que es variado, la diversidad) de plantas, se dijo, y que cada planta conserva sus características individuales, voy a «aislar» en mis tierras las plantas más prometedoras para cultivarlas individualmente [1] y de ese modo reproducirlas y multiplicarlas (para hacer copias, clones) hasta lograr seleccionar el mejor clon y remplazar la variedad. La técnica de aislamiento reposa sobre un principio lógico imparable. Siempre hay un beneficio del hecho de remplazar una variedad de «algo» por copias de un mejor «algo» aislado dentro de la variedad.
Solamente faltaba acabar con sacrilegio de la gratuidad. Un clon autógamo se reproduce de manera idéntica. El grano cosechado es también la semilla de la próxima temporada. Habrá que esperar hasta los años 20s para que aparezca un principio de solución administrativa/legal en Francia y al siglo XXI para que las patentes terminen con este escándalo: la gratituidad de la reproducción.
Desde finales de 1920 las variedades comercializadas deben ser “homogéneas” y “estables”. Homogéneas: las plantas deben ser fenotípicamente (visualmente) idénticas. Estables: las semillas deben producir la misma planta año tras año. Esta doble exigencia implica que las plantas deben ser genéticamente idénticas, o casi.
Esta homogeneidad y estabilidad pasan a ser objeto de análisis de un servicio oficial. Si una nueva variedad cumple con estos criterios, pasa a ser inscrita en un Catálogo y su productor recibe un certificado de obtención vegetal (COV) que le da el derecho de comercializarla. En 1960, este dispositivo fue retomado por el tratado de la Unión para la Protección de Obtenciones Vegetales (UPOV). La selección-clonación de Le Couteur y La Gasca hoy tiene, de cierta medida, un tribunal legal internacional en más de sesenta países.
El certificado de obtención protege al obtentor de la “piratería” de sus clones por sus competidores. Deja libre al agricultor de sembrar las semillas que cosecha. Este certificado responde a las necesidades de las casas tradicionales de selección, dirigidas por agrónomos apasionados por el trabajo de selección. Sin embargo, desde hace unos treinta años, el «Cartel de los Cidas» ha tomado el control de las semillas a nivel mundial. Para el Cartel, el agricultor que siembra la semilla que él mismo ha cosechado ha pasado a ser un “pirata” que realiza un sacrilegio contra la Propiedad. El patentado de seres vivos, con la ordenanza europea 98/44 está poniendo fin a este sacrilegio.
En 1900, el redescubrimiento de las leyes de Mendel permite extender al maíz el método de aislamiento. Sin embargo, en la práctica, es tan complicada e irrealista, que ha sido necesario inventar un fenómeno biológico, siempre «inexplicado e inexplicable» [2]: la heterosis, para justificar su puesta en marcha. ¡Cómo si necesitaran justificarse! El maíz «híbrido» acaba con el doble sacrilegio y los genetisas y seleccionadores tienen que acreditar y perpetuar su existencia y la persecución inútil de este yeti genético.
En resumen, la historia de la selección industrial es la historia de la explotación de recursos mediante la selección y la clonación, que va en contra de la diversidad creada por la cooperación amistosa entre campesinos desde los inicios de la domesticación de las plantas y los animales. Los campesinos no esperaron a la genética para “mejorar” las plantas, como atestigua la abundancia de variedades cultivadas (así como de razas animales).
La genética y la selección son actividades diferentes. En los años 80 tuve la suerte de ver a un gran seleccionador de trigo, Claude Benoît trabajar en un campo de este cereal. Yo, al principio, no era capaz de diferenciar las plantas. Al final del día, comenzaba a distinguirlas aproximadamente y a comprender los criterios de selección de Claude Benoît. Comenzaba, porque ni siquiera él mismo era capaz de explicarme lo que lo hacía elegir una planta, entre las demás, que parecían similares: mejor esta, y no aquella. La selección se basa en un saber “no codificado”, que no puede ser explicitado, o que se explica con dificultad. El meticuloso trabajo del seleccionador, guiado por la experiencia, por la familiaridad con la planta, por la empatía (por no decir por amor [3]) que le guía, por un sentido agudo de la observación, por su conocimiento agronómico, no necesita un genetista [4]. El esoterismo de la genética sirve básicamente para intimidar a quienes querrían dedicarse a la selección, para desalentarles y hacerles renunciar. Como hemos visto, el genetista, como cualquier otro científico, puede equivocarse, engañándonos, para no fallar a los intereses a los que debe servir.
De nada sirve derramar lágrimas de cocodrilo sobre el desmoronamiento de la biodiversidad cultivada, mientras que la dinámica del capitalismo industrial lo permite, y que el sistema reglamentario, legislativo y de represión, enmarca la producción y la venta de semillas impone un solo método de selección de dos siglos de antigüedad.
Mientras esperamos a que la lucha contra las infamias de las patentes sobre los seres vivos triunfen, que terminen con este marco jurídico que impone un método de selección que destruye la biodiversidad, dictaminado para industrializar la agricultura y eliminar a los campesinos; mientras esperamos que se logre expulsar el «Cartel de los Cidas» de la vida; debemos organizarnos de manera colectiva para cultivar la diversidad, compartir las semillas y difundir los conocimientos, como han hecho numerosas generaciones de campesinos antes de nosotros, en todo el mundo, tanto como actos de supervivencia como de resistencia y libertad. Kokopelli nos ha mostrado un camino. Longo Maï ha descrito, paso a paso, como reapropiarnos de las semillas y de nuestro porvenir.
Jean Pierre Berlan.
Antiguo director de investigaciones del INRA (Instituto Nacional francés de Investigación Agraria)
[1] Esta individualización de la planta acompaña el aumento del individualismo burgués.
[2] Términos utilizados en varias ocasiones en el Simposio Mundial (¡400 investigadores!) dedicado a la «Heterosis en los cultivos», organizado por el Centro Internacional de Maíz y Trigo, en México.
[3] Un viejo seleccionador del INRA me dijo algo hermoso, un poco incómodo: “¿Sabes? Yo, cuando estoy solo con mis plantas, les hablo”.
[4] (8.) Por eso el “Cartel de los Cidas” ha vuelto a comprar las empresas semilleras. Sus biólogos celulares, manipuladores de genes, son incapaces de hacer un trabajo de selección.